La Novela Fragmentaria con la Península de las Casas Vacías. David Uclés
David Uclés, en La península de las casas vacías (La Isla de Siltolá, 2023), ha escrito una obra que se sitúa en ese terreno movedizo donde se cruzan la poesía y la meditación crítica sobre el presente. No es un poemario al uso ni una simple colección de textos fragmentarios: es una especie de cuaderno de campo de alguien que ha recorrido las grietas de un país deshabitado, un testimonio íntimo y político a la vez. Uclés elige el lenguaje no para adornar la ruina, sino para escuchar su eco.
El título ya anticipa el desasosiego: una "península" no solo como enclave geográfico, sino como figura del aislamiento, y unas "casas vacías" que hablan tanto del drama de la despoblación como de la desolación íntima. Este es un libro escrito desde las cenizas, pero no desde la resignación. Su tono recuerda a veces a los diarios de campo de los antropólogos rurales, y otras al lamento silencioso de quien ha perdido algo que quizás nunca fue suyo del todo. La "península" del título alude a una identidad común que se desmorona en el silencio, mientras que las "casas vacías" son símbolo de una pérdida más amplia: la de la comunidad, la memoria y el sentido de pertenencia. A lo largo del libro, el autor explora temas como la despoblación, el éxodo urbano, la desigualdad territorial, la desconexión con el paisaje y la transformación de la vida rural en mercancía o ruina.
No hay una trama con personajes definidos, sino una constelación de lugares, escenas y pensamientos que dialogan entre sí. Uclés actúa como un observador sensible que registra los restos de un país que se desvanece, con una escritura sobria pero cargada de emoción. Es un viaje por la geografía del abandono, pero también una defensa de la memoria, la dignidad y la resistencia silenciosa.
Uclés, economista de formación y poeta por necesidad existencial, desbroza en estas páginas los mecanismos que han vaciado pueblos, campos y vidas. Pero lo hace sin caer en el panfleto ni en la nostalgia fácil. Hay crítica, sí, pero también asombro. Hay denuncia, pero también ternura. Sus textos cortos —a medio camino entre el aforismo, la prosa poética y la reflexión ensayística— son como ventanas a un país que se ha quedado sin voz, pero aún conserva memoria.
Uno de los aciertos formales del libro es su fragmentarismo. Como si el propio formato se hiciera eco de ese territorio roto, discontinuo, fantasma. Cada fragmento parece decir: "aquí hubo algo", igual que una tapia caída o una verja oxidada en mitad de un olivar. Uclés hace arqueología de lo contemporáneo, y en esa operación lo mínimo se vuelve esencial.
En lo temático, La península de las casas vacías podría leerse como parte de esa corriente reciente de literatura de la España vaciada. Pero sería injusto reducirlo a eso. Porque Uclés no solo describe un país despoblado, sino una sensibilidad erosionada. Lo que está en juego aquí no es solo la supervivencia de los pueblos, sino la del lenguaje, la del sentido, la de una cierta forma de estar en el mundo.
Su estilo es sobrio, limpio, sin afectación. Pero no por ello menos incisivo. Escribe con la precisión de quien ha aprendido a callar lo suficiente como para que las palabras no sean ruido. En ese silencio crecen las imágenes: una calle sin niños, una estación sin trenes, un campo sin voz. Y también una esperanza contenida, casi imperceptible, en el gesto de seguir nombrando.
David Uclés nos ofrece, con La península de las casas vacías, una obra necesaria. Porque nos recuerda que detrás de cada casa vacía hay una historia que alguien debería contar. Y que aún hay quienes, como él, están dispuestos a escuchar.
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