Vallesordo. Jonathan Arribas. La prosa como cuchilla: Jonathan Arribas en Vallesordo
Por más que los mapas callen, Vallesordo existe. En la nueva novela de Jonathan Arribas, este enclave ficticio —áspero, desolado, castellano hasta el tuétano— se convierte en escenario y símbolo de una España que agoniza en la penumbra de sí misma. Con un estilo sobrio y afilado, Arribas traza un retrato despiadado de la vida rural contemporánea, alejado de toda nostalgia y profundamente enraizado en la violencia del silencio, el abandono y la memoria truncada.
Hay libros que se leen rápido y se olvidan igual de rápido. Vallesordo, de Jonathan Arribas, no es uno de ellos. Este libro no se deja leer fácilmente, pero deja una huella extraña, como el polvo que se te queda pegado a las botas después de andar por un pueblo fantasma.
Lo primero que me atrapó fue el paisaje. No porque sea bonito, sino porque es brutalmente honesto. Vallesordo —ese pueblo inventado pero tan reconocible— huele a estiércol, a perro mojado, a humedad de sótano. Es un sitio en el que parece que no pasa nada... pero en realidad está pasando todo lo que importa: el miedo, la culpa, el rencor, la violencia callada que habita las casas viejas y las conversaciones truncadas. Una de las grandes virtudes del libro es su atmósfera. Pocas novelas recientes consiguen crear un paisaje emocional tan tangible a partir de elementos mínimos: la tierra reseca, los perros que aúllan a la nada, las casas que parecen más fosas que hogares. Arribas no describe: esculpe con palabras. La tensión narrativa no se apoya tanto en la trama —aunque hay un crimen, un secreto, una investigación a medias— como en esa sensación constante de amenaza que pesa sobre cada página. Vallesordo no es tanto una historia como una temperatura: la del abandono, la del resentimiento, la de una identidad que se descompone en su propio eco.
Arribas escribe con bisturí. No hay florituras, no hay adornos, no hay frases que busquen lucirse. Y eso se agradece. Es como si cada palabra estuviera medida con la precisión de quien no se puede permitir desperdiciar una sola. Su estilo recuerda al mejor realismo sucio, pero con una sensibilidad poética muy soterrada. A veces, leerlo duele un poco. Pero no porque sea crudo sin más, sino porque toca nervios que tenemos dormidos.
¿Tiene defectos? Sí, claro. A veces el libro exige demasiado del lector. Hay pasajes tan esquivos que uno tiene que releerlos dos o tres veces para agarrarles el sentido. Y no todos los personajes tienen el mismo peso: algunos aparecen como sombras y se desvanecen sin cerrar su arco. Pero todo eso forma parte del mismo universo seco y roto que propone el autor. Nada es redondo, nada se resuelve del todo. Como en la vida misma.
Vallesordo no es una lectura cómoda. Pero si te gustan las historias que raspan, que no hacen concesiones, que te dejan pensando en lo que no se dijo más que en lo que se contó... entonces este libro te va a hablar. Con una voz baja, pero firme. Como quien te cuenta un secreto en la oscuridad.
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